Teléfono Rojo
Eliseo Tejeda Olmos
¡Que tiempos tan difíciles! para
ejercer el periodismo en su más pura expresión, es decir, no solamente
informar, comunicar, sino opinar sobre lo que sucede en estos días aciagos para
todos los mexicanos, hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas.
Situados a dos fuegos, los
periodistas tendríamos que ser como el dios romano Jano, ese que tiene dos
caras con las que puede ver adelante y atrás, para estar siempre alertas ante
la agresión cobarde y artera que muchos cometen cuando la opinión y la
expresión oral, escrita o en radio y televisión no les gusta.
Desafortunadamente no es así, no
es posible y tenemos que cuidarnos de los siempre descontentos de oficio y
oficiosos que en su deseo de quemar incienso a los hombres del poder, actúan
por mandato o iniciativa propia para agredir y hasta asesinar periodistas, con
el propósito infame de que la sociedad, los ciudadanos pensantes, no sean
convocados a la reflexión o acciones para cambiar lo que está mal.
Apenas este primer día de
septiembre de 2011 fueron encontrados los cuerpos sin vida de las periodistas Ana
Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trápaga, la primera fundadora y
colaboradora de la crítica revista Contralínea y la segunda periodista
independiente después de trabajar para Televisa.
Los ciudadanos no solamente
piden, exigen del periodista una actitud heroica y déjenme decirles amables
lectores, que los reporteros se esfuerzan casi siempre por cumplir con lo que
consideran un deber: informar a tiempo y con veracidad lo que ocurre pese a los
obstáculos que encuentran no solamente afuera de sus redacciones, sino
lamentablemente dentro de ellas.
Han caído víctimas inocentes en
estos tiempos de violencia e incertidumbre en todo el país, les han sido
considerados como “daños colaterales”. La sociedad ha protestado y protesta por
esas muertes, pero cuando un periodista cae a consecuencia de lo que informa u
opina, solamente sus compañeros protestan y no todos lo hacen, porque podrían ser
despedidos de sus periódicos o noticieros.
En esta época en que los derechos
humanos esenciales de los hombres y las mujeres son defendidos a capa y espada,
no está de más reproducir lo que establece el Artículo 19 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión
y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus
opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
A los Periodistas caídos,
deseamos que Descansen en Paz, que afortunadamente para la sociedad y los
ciudadanos, se podrá matar a los hombres pero no a sus ideas.
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